viernes, 7 de agosto de 2009

Carta abierta a Fernandez Meijide

Ayer, leyendo las noticias que acompañaban el lanzamiento de tu libro, una mezcla de dolor y recuerdos me invadieron.El dolor por lo profundo del golpe recibido de quien no se lo espera.Los recuerdos, porque siempre surgen. Vos y yo sabemos que siempre surgen.Recordé que nunca tuve una excelente relacion con mi vieja, ni siquiera buena.Ella, desde su mundo de revistas Gente y almuerzos con Mirtha, nunca llegó a comprender la profundidad del compromiso que habiamos asumido todos los compañeros que entendiamos que ese mundo de exclusion y para unos pocos merecía la entrega de hasta la propia vida para terminar con tanta injusticia.Siempre le pareció que lo que hacía, eso de ser militante de las causas populares, era una perdida de tiempo y que lo mejor era que estudiase y me recibiese de algo para ser alguien.Los recuerdos, los malditos recuerdos. Recuerdo como cuando uno a uno iban desapareciendo los compañeros, y mi vieja, consumiendo el discurso oficial de "derechos y humanos", aseveraba el maldito "en algo andarían".Me acuerdo tambien aquello de "viejas locas" por las que se animaban a dar la vuelta a la Plaza.Y lo de "es una exageracion", cuando el número de desaparecidos abrumaban al pais y el mundo.Y asi, mi vieja transitando el camino de tantos otros que no veían mas alla de sus propias narices hasta que la realidad los tocaba con toda la brutalidad de aquellos tiempos.Y ese dia le llegó tambien a mi mamá.Cuando los milicos me llevaron se le vino su mundo abajo. Como todas, recorrio el periplo conocido que comenzó con "las amistades", esas construidas en años de vida de tratar de acomodarse con la gente bien. Llegó, en determinado momento de la busqueda hasta el Coronel, el que seguro que despues de tantos años de relación no dudaría ni tendría dificultad en devolverle a su hijo.El "no me comprometa con esas cosas" como única respuesta le golpeó duro, hondo, hasta el corazón de mi pobre vieja que hasta hoy sigue sufriendo esos resoplidos que la hacen tambalear de vez en cuando.Le sirvió. Aprendió mas en ese pequeño momento que las centenares de horas de discusiones que tuvo conmigo durante aquellos años. Se suponía que hubiesen tenido que llegarle más todas mis palabras que aquellas escuetas que le brindó el Coronel.Sin embargo, desde algun lugar de su conciencia de simple laburante de toda la vida, surgió una pequeña luz que comenzó a ilumnar su nuevo camino en el que el odio, el rencor, la necesidad de venganza ocuparon aquel que la sumisión y la resignación habian usurpado.No se convirtió en una luchadora. Mucho menos en una militante. Tuvo miedo de ir a la Plaza y no tramitó siquiera un habeas corpus.Pero cambió.Que yo haya aparecido no modificó nada, mi vieja ya era otra cuando salí.Hace poco, no mas de un par de años atrás, se cruzó mi mamá con el Coronel, por la calle. Le extrañó verlo así, viejo, triste, con la mirada perdida, la cabeza gacha, sin uniforme.El no se percató de ella, tal vez ni siquiera la recordó, asi que no tuvo mas remedio que llamarlo.Coronel, le dijo, alzando la voz y convocando la atención de los paseantes de la elegante avenida. Coronel, le espetó de nuevo.Y cuando el viejo alzó la cabeza para ver quien lo invocaba con el grado de aquellos años, se encontró con el rostro ajado de mi vieja. Fue para recibir la primera escupida. Porque despues vino otra, y otra, y otra y otra hasta que se le secó la garganta a mi mamá.
Firma
Aparicio

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